Os dejamos a continuación con una columna escrita por César Vidal en la Razón.
«He sentido siempre un especial interés por los antiguos campos de batalla. Recuerdo haberme emocionado al contemplar Salamina, donde la marina helénica salvó a Europa o las murallas de Viena, donde la brutalidad islámica quedó detenida tras un milenio casi ininterrumpido de asaltos. Esa sensación se ha repetido de manera bien significativa en cada lugar donde masas diferentes de guerreros se enfrentaron defendiendo lo que consideraban justo y me ha dado lo mismo que se tratara de Granada, Covadonga, Maratón o las Ardenas. Con todo, si tuviera que escoger aquellos lugares donde el sentimiento que me embargaba parecía reinar en el ambiente como una atmósfera natural me quedaría sin dudarlo con Shiloh, Gettysburg u otros campos de batalla de la guerra de Secesión. Allí, bajo el mismo suelo empapado antaño por su sangre, yacen los soldados del Norte y los del Sur. Ambos reciben honra y respeto porque, independientemente de lo que creyeran o defendieran –la unidad nacional o la secesión, la esclavitud o la emancipación– entregaron su vida por la patria.
Quizá porque veo así la Historia me siento profundamente asqueado por el plan del Ministerio de Defensa –que tan mal gestiona la señora Chacón– de aniquilar el museo del Alcázar de Toledo. Yo comprendo que para gente tan sectaria como los ministros de ZP, el Alcázar resulte incómodo. A fin de cuentas, allí resistieron algunos cadetes y guardias civiles a fuerzas del Frente Popular que los superaban en una proporción de uno a diez causando la admiración de todo el mundo y poblando los noticiarios con las imágenes de su gesta. Claro que la aversión por la hazaña del Alcázar no viene de ahora. Ya Bono, cuando era ministro de Defensa y a pesar de que su padre fue un alcalde de Falange, cometió la intolerable felonía de colocar unos mingitorios en los mismos lugares donde habían derramado su sangre combatientes de los dos bandos.
Dentro de esa política rencorosa y absurda, es de esperar que en el futuro museo del Ejército desaparezca el automóvil de Carrero Blanco, porque lo asesinó ETA, o que se borren las referencias a la División Azul, o que incluso no podamos ver los restos de las victorias conseguidas contra los invasores islámicos durante la Reconquista. Sin embargo, yo creo en asumir a nuestros héroes lucharan donde y por lo que lucharan y, partiendo de esa base, la conducta de este Gobierno al respecto me resulta inmoral, baja y miserable. Ninguna nación decente niega u oculta a los que combatieron por ella aunque se hayan enfrentado entre sí en el campo de batalla y, de la misma manera que hemos aceptado –espero– a Espartero y Zumalacárregui va siendo hora de que lo hagamos con Miaja y Mola, con Tagüeña y Franco, con el Quinto Regimiento y con los moros de Yagüe. Unos españoles que se empeñan en olvidar a Numancia y a los últimos de Filipinas, a los conquistadores de Cuzco y a Daoíz y Velarde, al Gran Capitán y a don Juan de Austria es dudoso que se merezcan el calificativo de tales. Ésa es una lección elemental de ciudadanía en cualquier nación del mundo y lo es porque los combatientes deben ser objeto de recuerdo respetuoso; porque su sacrificio se encuentra por encima de diferencias ideológicas y porque los héroes no se discuten.»