MUSEO DEL EJÉRCITO DE MADRID
EFECTOS DESINTEGRADORES PRODUCIDOS POR SU TRASLADO
Alfredo García de Moya
EXPOSICIÓN GENERAL
Llamamos aquí desintegración al fenómeno producido por el traslado del Museo del Ejército de Madrid al Alcázar de Toledo.

Alcanzan estos efectos en primer lugar a sus propias colecciones, no sólo por la dispersión material de su Exposición permanente [1], reducida ahora a 4.600 fondos –de los más de veintitrés mil (23.000), que la integraban entre la sede de Madrid y su Sección Delegada, precisamente en el Alcázar toledano–, sino también por la pérdida gratuita de los componentes en los que se sustentaba su condición de museo romántico, como eran el tradicional modelo expositivo por Armas y Cuerpos, la profusión de gloriosas banderas que inundaban todas las estancias, la exaltación del valor, el heroísmo, el sacrificio, como hilo conductor y alma del Museo, cuyas salas más representativas eran las dedicadas al Dos de Mayo, a las Heroínas y a los Laureados, suprimidas todas en el nuevo Museo. Todo ello referido al orden interno.
Pero el traslado, además, ha tenido externamente un segundo efecto desintegrador, que afecta en primer lugar al llamado por Chueca Goitia “Barrio griego”, en la colina de los Jerónimos, en cuyo espacio recoleto se ofrece un extraordinario muestrario cultural, hoy mutilado por la desaparición del Museo del Ejército, que encarnaba allí la Milicia y buena parte de la Historia patria.

También resulta afectado el colosal acervo histórico cultural castrense, depositado en la capital de España — constituido por los Museos militares, Naval y de Aeronáutica, la Real Armería, los Servicios Histórico y Geográfico, las Escuelas de Guerra, el Centro Superior de Estudios de la Defensa, los Cuarteles Generales de los Ejércitos…–, unidad ahora seriamente dañada al arrancarle uno de sus más firmes componentes, su museo Decano, primer y principal custodio de los más antiguos testimonios del devenir castrense de nuestra Historia.
Y, aún el efecto más demoledor y pernicioso, al extremo del agravio, se produce al arrancar de la capital de España, la auténtica perla de su corona, el Santuario vivo de su Historia, pues a tal condición trasciende en España y en todas las naciones del mundo, el mejor de sus museos militares, honrosos relicarios de las virtudes, incluso de los defectos de cada pueblo.
Estos efectos fueron el resultado exclusivo del traslado del Museo fuera de Madrid, por lo que eran predecibles e inevitables tan pronto se rompiese el vínculo, es decir, la raíz del Museo con esta capital. La finalidad pretendida a cambio era el desalojo por el desalojo, para dejar libre y expedito el edificio sede del Museo el Ejército, para su posterior ocupación por el Museo del Prado. Así se evidencia en la Proposición No de Ley (PNDL 161/000416, 1995) del Congreso de los Diputados, sobre Reordenación del Museo del Prado, por la que se insta al Gobierno a ”incorporar al Prado la sede del Museo del Ejército para el cual deberá encontrarse un lugar acorde…” [2].Y lo corrobora el propio Ministerio de Defensa, a través de la OM 41/1995 de 17 de marzo, por la que se crea una Comisión de Estudio […] “por si el Museo del Prado, primera Pinacoteca Nacional necesitara para una posible ampliación contar con edificios como el del Museo del Ejército…”
Para constatación de que aquellos efectos se mantienen y el Museo instalado en el Alcázar, con sus propias virtudes, no ha podido corregirlos, nos remitimos a un testimonio excepcional, ofrecido por el General Ingeniero Politécnico D. Francisco M. Álvarez Carballa, no sólo por experto y conocedor del Alcázar en su aspecto arquitectónico, autor de varios proyectos relacionados con su reconstrucción tras la Guerra Civil, sino como cuna de la Infantería española, su Arma de procedencia, como cadete y Oficial en la moderna Academia toledana, y en el que concurre, además, el haber sido General Director del Museo del Ejército de Madrid, durante los años en los que, por orden superior, se iba desmantelando este Museo. Escribe el General Álvarez Carballa:
“Se trata de un Museo con una extraordinaria riqueza de fondos, que, especialmente en aspectos como Artillería antigua, armas blancas y de fuego, colecciones como la armería de Medinaceli, o piezas como la tizona del Cid o la espada jineta de Boabdil, y otras muchas, que harían interminable su relación, le hacen uno de los mejores del mundo. Por otra parte, escenarios como el famoso Salón de Reinos son, por sí mismos, piezas de museo, y el conjunto de continente y contenido, la presencia de gloriosas Banderas y de recuerdos entrañables de nuestra historia ha conmovido a generaciones de visitantes que han tenido ocasión de contemplarlos. Y, desde un punto de vista museológico, se trata de un museo de los llamados románticos” (“MILITARIA”, Revista de Cultura militar, nº 18, año 2004, pág. 89).
Transcurridos ocho años y una vez inaugurado el nuevo Museo en el Alcázar, la opinión, igualmente clara, del General es del siguiente tenor textual: “Un museo militar tiene que ser capaz de crear un clima, un ambiente, una emoción, de forma que, sin faltar al rigor científico, o a la historia, el visitante salga poco menos que dando Vivas a España. Me parece que no se ha conseguido. Echo en falta lo que podemos llamar emoción y, en otro orden de cosas, destacar los valores propios del Alcázar” (“MILITARES”, nº 96, julio 2012, pág. 11).
La alusión final de “no haber destacado los valores propios del Alcázar”, se refiere a la ocultación a los visitantes —a causa de las obras de acomodación a su nuevo destino como Museo del Ejército—de algunos espacios que formaban parte del Museo del Asedio.
[1]Paradigma de la desintegración de la exposición permanente son la ocultación de las gloriosas banderas, que inundaban de espíritu todas las estancias del museo y que hoy yacen en planeros, sustraídas de su mejor destino, y la dispersión de la colección de Artillería que se exhibía “en masa” en una Sala que sobrecogía al visitante, ornadas sus paredes con los estandartes de los viejos regimientos artilleros, entre ellas la de Bombardas y Maquetas de Artillería de Costa. En la actual exposición permanente solamente se exhibe una parte del conjunto, el resto se halla encerrado en almacenes “susceptibles de ser visitados” previa solicitud y autorización
[2]PNDL 161/000416, BC de 10 de marzo de 1995, Serie D nº 201, acuerdo 2º, págs. 10 y 11
LA CAUSA
Queda acreditado que el desalojo del Museo tiene su única y exclusiva causa en la necesidad de obtener espacios para la ampliación del Prado. Y como el desalojo obliga a su traslado, éste obedece a la misma causa, pues de haber existido alguna otra se habría hecho constar y no se hizo. Insistir en esto no es baladí, pues se ha intentado difuminar tan desafortunada e inservible causa, sustituyéndola por otras fundadas en supuestos defectos o carencias, en todo caso solucionables sin necesidad de remover el museo
Actuación de las Instituciones, Organismos y personalidades civiles y militares en este proceso desde la propuesta inicial hasta su finalización
EL REAL PATRONATO DEL MUSEO DEL PRADO.
Los años 1993 y 1994 fueron difíciles en la vida del Museo del Prado. Al episodio de la aparición de inoportunas goteras (una de ellas a un metro escaso de Las Meninas) se siguió una cadena de destituciones, ceses y renuncias tanto en la Dirección del Museo como en la Presidencia del Real Patronato, que provocó en éste una reacción hacia una nueva política, en la que se incluía la ampliación de sus espacios al Claustro de los Jerónimos y al edificio sede del Museo del Ejército.
La noticia provocó fuerte oposición entre los expertos, personalidades de la cultura, académicos, catedráticos, etc., que estimaban suficiente el edificio Villanueva, sobre todo desde la adquisición del edificio ALDEASA, en la calle contigua Ruiz de Alarcón, al que se trasladaron todas las dependencias de la administración, incluida la Dirección del museo, que liberó la planta tercera para dedicarla a exposiciones.

Salón de Reinos
COMENTARIO: El Presidente del Real Patronato del Prado, Sr. Fernández Ordoñez se felicitaba, junto a una mayoría de patronos, de la elección del edificio del Museo del Ejército, como “solución interesante por la cercanía y facilidad de comunicación…” [1]
Sobre esta elección puntualizamos:
a) El Museo del Ejército, trascendido, como ya se ha repetido, a Santuario vivo de nuestra Historia, no sólo no es de inferior condición que el Museo del Prado[r1] , sino al contrario, pertenece a un nivel superior de orden espiritual[ porque gran parte de los fondos que custodia están impregnados de los valores que conforman el alma de nuestro pueblo, lo que impide en este caso al Real Patronato siquiera sugerir y menos incluir su edificio en la lista de inmuebles como posibles tributarios del Museo del Prado,
b) En el plano museístico, en el que el Prado es una de las tres mejores Pinacotecas del mundo, también nuestro Museo del Ejército, entre los de su género, venía ocupando el mismo puesto desde mediados del s. XIX, y, aún más, el primero de todos en cuanto a algunas colecciones ya mencionadas, por lo que los cambios y alteraciones en ambos museos nacionales en asuntos de gran trascendencia se elevan a la categoría de cuestión de Estado, que restringe la capacidad decisoria sobre este tipo de asuntos, de cualquier órgano aislado, en este caso del Prado, y

Salón de Reinos vacío
c) Que, aunque, el valor de los museos es el de sus colecciones y no el de los inmuebles que las acogen, en el caso del Museo del Ejército ambas cosas están fundidas en una sola, pues al ocupar en 1814 las estancias vacías del Salón de Reinos, en el que se exaltaron en su día los hechos de Armas de los últimos Austrias (los cuadros de Batallas) y la circunstancia de que allí mismo, entre los cinco ecuestres de Velázquez, luciesen los reyes Felipe III y Felipe IV el atuendo y atributos de Capitán General, los muros del Salón de Reinos recuperaron su primigenio destino de mantener en el ambiente la exaltación de lo castrense, por lo que, pasados casi dos siglos, con la impronta del movimiento romántico, se confundieron en una sola entidad, hasta el punto de que solamente de forma traumática pudiesen desgajarse uno de otro. Y así estaban bien las cosas.
La pretensión de los hispanistas John H. Elliot y Jonathan Brown, bajo capa de la recreación histórica de la pintura, consistente en tornar a los palacios las pinturas que de estos pasaron a los museos, imposible de suyo porque los Velázquez son inseparables del Villanueva, a costa de desalojar el Museo del Ejército, constituye uno más de los despropósitos que venimos padeciendo en esta desafortunada peripecia.
[1] Diario de Sesiones. Comisiones, nº 300, 05/101994

LA COMISIÓN DE CULTURA DEL CONGRESO
La pretensión del Patronato del Prado se tramitó como PNDL por la Comisión de Cultura del Congreso, ante la que compareció por dos veces Dª Carmen Alborch, a la sazón Ministra de Cultura, manifestando verbalmente en la segunda de ellas, con referencia al Museo del Ejército, que entre las posibles soluciones estudiadas para la ampliación del Prado, se habían decidido por este edificio, añadiendo que su Departamento estaba realizando conversaciones con el Ministerio de Defensa, que “iban muy avanzadas y que podrían llegar a su culminación en breve plazo una vez que se hubiera diseñado un fórmula jurídica y alternativas satisfactorias para la reubicación del contenido actual del Museo del Ejército”[1].
[1]Diario de sesiones del Congreso, Expediente 213/000323, Comisiones Nº 244 de 21.06.94, pág.244
Con esta vaga referencia, incluida la condición suspensiva final, la Comisión creyó entender que existía conformidad por parte del Ministerio de Defensa. En este mismo sentido lo entendió el Presidente del R. Patronato, Sr. Fernández Ordoñez, que en comparecencia ante el Congreso manifestó haber leído “que la Ministra ha dicho que ya estaba prácticamente resuelto el tema del Museo delEjército[1]
[1]Congreso de los diputados. Comisiones, núm 300 de 05/101994, pág. 8861
El objeto de esta Comisión era pronunciarse sobre la proposición de reordenación del Prado, incluido el desalojo del Museo del Ejército. Apoyaba esta propuesta, como hemos visto, la Ministra de Cultura en su última comparecencia, con aportación de diferentes informes, del Patronato, Dirección del Museo y de su Ministerio que contrastaba con la ausencia de otro tanto, en el sentido que procediese, por parte del Ministerio de Defensa del que depende el Museo del Ejército, al que la Comisión no dio audiencia ni requirió de otro modo para conocer su postura y, sin más, dio por concluido su trabajo y el Congreso aprobó la ya citada PNDL
Lo aprobado incluía “instar al Gobierno para que se incorpore al Museo del Prado el ala norte del Palacio del buen Retiro, sede del Museo del Ejército, para el que deberá encontrarse un lugar acorde con la importancia cultural y la significación histórica de sus colecciones”.[1]
COMENTARIO: De nuevo, tras la incomprensible propuesta del Patronato del Prado, nuestra perplejidad por la ligereza con que actuaron los miembros de esta Comisión sin interesarse por conocer la opinión del Museo afectado.
[1]PNDL 1161/000416, BC de 10 de marzo 1995, Serie D, nº 201, págs 10 y 11
EL GOBIERNO
Según lo dicho, correspondía al Gobierno —instado por el Congreso—resolver sobre el desalojo del Salón de Reinos. (El término “instar” gramaticalmente equivale a insistir, urgir, apremiar la ejecución de alguna cosa, pero dentro de la variada producción de las Cámaras legislativas, las PNDL son sencillamente eso: “proposiciones”, aunque promulgadas con cierta solemnidad, carecen de fuerza de obligar, de modo que el órgano instado (en este caso el Gobierno) no queda vinculado y puede acoger o no la propuesta del Congreso
Sin regulación legal específica en materia de traslado de museos (sí la tiene la creación de museos nacionales y el traslado temporal de sus fondos), el Gobierno se ve compelido a hacerlo en virtud de su poder discrecional, que no le exime de ajustarse al Ordenamiento Jurídico, en este caso a la Ley de Patrimonio Histórico Español que, entre otras cautelas proteccionistas impone acudir a las Instituciones Consultivas del Estado y a los expertos en la materia. Igualmente le son aplicables todas las normas específicas sobre los museos nacionales.
La larga duración del proceso (1994-2010) ocupa cuatro Legislaturas durante las que se suceden varios gobiernos del mismo o diferente signo político de los que analizaremos solamente aquellos aspectos de interés respecto del traslado.
El interés de este Gobierno por el Museo madrileño se muestra al incluirlo, –en tanto Organismo Autónomo–, como beneficiario de los incentivos fiscales a la participación privada en actividades de interés general (RD 765/1995, de 5 de mayo, Adicional 1ª c). En relación con el traslado, contaba, según hemos visto, con el criterio favorable mantenido por el Ministerio de Cultura, y faltaba conocer el del Ministerio de Defensa.